Friday, May 18, 2018

Pequeños Mundos

Welma

No me sorprendió para nada su visita. Era costumbre ya, que Manuelito esperara que todo el mundo terminara de comer para buscar un poco de “pega’o” cada vez que se servía arroz en el colegio. Ese chamaco ya estaba por graduarse y yo todavía seguía sin comprender como él bajaba (o mejor dicho su mamá bajaba) todas las mañanas de Morovis para este hoyo de Toa Alta.

El nene según me contaban era un nene de bien, no se metía con nadie y era la sensación del equipo de béisbol del pueblo. A esta escuela le hacía falta más distracciones para esos nenes, para que no se metieran en tanto problema. Como me contaron los otros días, cuando me topé con las chicas hablando… Dora, la menor de nosotras en el comedor, nos dijo que vio en Wapa un segmento que como unas nenas allá fuera vendían sus cuerpos pa’ poder pagarse los estudios.

Que cosa, óigame.

—Negro, ya tú te me vas—le dije a Manuel mientras raspaba esa pega del caldero. Sin pensarlo comencé a sacar el residuo y separé un platito de plástico aparte desde que le traje a las chicas el menú de la semana.

Manuel caminó por la puerta trasera, pasando el grafiti que dejó la gente que se metió aquí a robar el año pasado, y bajó las escaleras que daban al comedor.

—Bendición, Doña Welma—me respondió, sonriendo. Ese nene hasta los dientes perfectos tenía; blanquitos como huevo de gallina andaluza. —Me voy, me voy, pero no se crea que me voy a olvidar de uste’—.

—Mijo, pero no me diga eso que lo mando a buscar—le dije riendo. —Y, ¿ya sabes que vas a hacer? Seguro que ya tienes todo planea’o—.

Él miro hacia abajo y movió la cabeza de arriba abajo. —Me voy, Doña Welma—repitió. —Quiero ser profesor, aun no sé de qué, pero sé que quiero motivar a la gente a dejar de estar tan metidos en el teléfono, no sé—.

—Eso lo decides después. Empiece a estudiar, vete ahí a la iupi y te coges las clases generales y eso. Eso fue lo que hiso la nena de Dora y ya es casi doctora la muchachita esa—.

Manuel cogió el plato de mis manos y estiró su mano libre para coger una de las cucharas plásticas que estaban a mi lado. —Yo me voy para allá afuera, es. Ya envié las solicitudes y una vez me llegué, cojo avión—.

—Ah, bueno—. Y no dije más. Encontraba un poco raro que fuera a estudiar allá afuera para ayudar los jóvenes de aquí, pero a lo mejor hablaba en general.

Lo que es tener la oportunidad. Yo que, si mi padre no me hubiera dejado en la puerta de Don Jacinto, el fundador de esta mismita escuela, a mis dos años, probablemente estuviera haciendo otra cosa que tejer mientras veo las novelas.

Liliana

Ese día decidió ganarse la vida engañando a la gente. Liliana solo quería comenzar desde cero. Ya no llevaba suerte alguna. Todas esas mesas atendidas y esas noches de micrófono abierto para ahorrar dos o tres dólares y venir hasta acá abajo, eran en vano de un punto a otro. No encontraba sentido a nada. Ya había ido a cuarenta y tres audiciones. Obviamente sin contar en la que vomitó frente al director por no haber comido nada. Ya se le estaba acabando el dinero y el tiempo. Lo único que ella quería era su “break”.  ¿Cuánto tiempo más necesitaba?

Entró por la parte de atrás de la casa, una piscina la invitaba a un ambiente acogedor. A pesar de estar vacío el patio trasero, había luces tenues encendidas a su alrededor. La casa se veía lujosa, las puertas de cristal, sus ventanas bien rectas y filosas como navaja. El color gris predominaba la estructura y en vez de denotar un espacio aburrido, le prestaba clase a su arquitectura.

Ya no había vuelta atrás. Esto era lo que tenía y debía de hacer para estirar un poco el tiempo predeterminado. Con un suspiro sopló el nombre escrito en la servilleta que le dio uno de los clientes del restaurante. Par de pesitos, nomas, por eso de que realmente te hagan falta. Sus palabras fueron como hielo deslizando por su espalda. Ya la garganta se le comenzaba a cerrar y los ojos a aguar, pero no había vuelta atrás.

Una silueta apareció entre las sombras. Detrás de un muro apareció un hombre, su pecho peludo expuesto ante su vista virginal. Así es que ella debía ganarse la vida, pensó. ¿Realmente valía la pena?

Pero es que ya no daba para más. Recordaba su viejito prender el fogón todos los viernes a las seis de la mañana para hacer las mallorcas más ricas de su pueblito Ciales y como sus cayos definían la curvatura de sus manos. Se le hacía los ojos agua el pensar que su viejito era muy viejito y las cosas se ponían cada vez peor para la gente que tenia negocio propio. A veces el pan no daba y había que restar de la mercancía para poder calmar la molestia del estómago.

Liliana iba de poquito en poquito, en contra de las directrices del viejo a trabajar por la Concha, a darle lo que sobraba después de haber echado gasolina y pagar las deudas.

Recuerda el verdor del campo, los caballos, la gente. Como todas las semanas andaban los chicos en bicicleta buscando de las mallorcas mientras ella escribía en su diario. Una vida demasiado perfecta, pero demasiada sacrificada. Liliana solo quería parar el sufrimiento de su Pa’. Nada era lo mismo desde que su madre partió.

Mientras los pelos sudados de ese hombre alto, rozaban sus mejillas entre un abrazo, Liliana deseaba con todas las fuerzas otra alternativa instantánea que la llevara a su campo.

El hombre robusto se despegó en modo de altera. Detrás de Liliana se escuchaban múltiples pasos fuertes. Sin apenas sentirlo, sin tan siquiera verlo, sus rizos caribeños cayeron sobre el suelo sumergiéndose en la oscuridad.

Manuel

Esa noche perdió completamente la memoria. Que bien la había pasado anoche con los muchachos.

Manuel y sus tres mejores amigos llegaron a su casa a las siete de la mañana. Sorpresivamente el papá de Manuel se la dejó pasar por haber sacado tan buenas notas en el semestre. Ya todo había terminado.

Si tan solo se fuera a jugar en las Grandes Ligas, como él quería. Talento tenía, disciplina por demás. No había razón alguna para descuidarse si era un niño completamente organizado y responsable. Sin embargo, quería perder el dinero en caridad. En decirle a la gente que hicieran algo más productivo con sus vidas. Que ironía. Manuel podía hacer todo lo que quisiera jugando béisbol. Caridad más el dinero.

Pero nada de eso le importaba a Manuel y por eso y más que nada quería hacer exactamente lo opuesto a lo que le decía su padre.

Ya estaba todo listo para la cena cuando anunció sus planes de irse a la Gran Manzana. Entre risas y felicitaciones se transportaba a su actualidad.

Manuel Edgardo Ortiz Pérez ya tenía su vida planeada. Paseaba entre la esquina boricua de nómadas buscando el sueño americano. La gente envuelta entre las luces colgando de los techos y el sonido de Gilbertito de fondo. Ahí todos sabían de su gente, pero no quien era la gente.

Manuel paseó los adoquines incrustados en ese suelo gringo con sus dos hombres más fieles. Ninguno de ellos se graduó con él. Ninguno de los dos ni de los que trabajan para él sabían como él era quien era.

Aún podía oler las mallorcas cialeñas que su hermana Elena le mandaba a buscar todos los viernes temprano. Su barriga enorme amenazaba a no negarle nada. Eso y la mirada de su mamá. Podrías ser el rey y si tu mamá te decía algo, había que hacerlo. Eso era lo único bueno que tenía Manuel. Sin embargo, los viejitos no se cansaban de ver el bien en él. Aparte de sus dientes, ¿qué tenía Manuel? Pero él podía viajar una vida entera en su bicicleta por las mallorcas y por escuchar al viejito que trabajaba ahí decirle que no se rindiera. Él le recordaba mucho a Doña Welma.

Una vez pasaron unos condominios turquesa, ya sabían que estaban por llegar. Cruzaron la cera, la lluvia creando un espejismo entre la carretera. Manuel llegó a la casa gris. Este hogar lo había comprado con su propio sudor, según decía. Era un imperio invisible y un mundo oculto en donde solo pagaba el que no tuviera miedo a morir.

Manuel era brillante, pero no de la forma en que todos pensaba.

—Ya está amarrada—le dijo un hombre alto frente a la puerta trasera. Manuel siempre odiaba que Francisco anduviera tan sudado con los vellos del pecho expuestos. La vista le causaba náuseas, probablemente peores que las de su hermana.

Entró pues al cuarto. —Liliana—la llamó. —No tienes que preocuparte por tu viejo, bebé. Ya lo hecho, hecho está. Él va a pensar que lo lograste acá y ese dinero es muestra suficiente—.

Liliana entre sollozos y gritos interrumpidos por la tela que cubría su boca a penas se entendía, pero ya Manuel tenía vasta experiencia con esas lenguas.

—Mensualmente le enviaremos una carta con una foto nueva y un cheque validando tu progreso. Quizás cuando tenga para comprarse un televisor, será demasiado tarde para enterarse. Lo cómico de los jóvenes de hoy día es que no saben cuánto tiempo pierden en la tecnología y tu papá no sabe ni lo que es un Instagram­—.

Liliana soltó un grito mudo, luego susurrando que su papá no era tan ingenuo para creerle tanta estupidez. Alguien iba a encontrarla, tarde o temprano.

—Setecientas noventa y ocho fotos. Tantos seguidores y nadie tiene idea de donde andas metida. —

Manuel junta sus labios en un silbido y los dos hombres de negro proceden a desprender a Liliana de sus tiernos rizos caribeños. El sonido de su teléfono distrajo la vista de tan perturbadora escena.

Los dedos desbloquearon la pantalla y un mensaje apareció en ella: Mijo, tu mamá me dio tu número. Quería felicitarte porque me dijeron que te graduaste con honores y que te aceptaron allá afuera. No te rindas que los buenos somos pocos.

—Doña Welma

Wednesday, May 9, 2018

Porque no voy


Escrito realizado para clase. Crear un personaje relacionado de forma directa o indirecta al Paro Nacional y mencionar a Bad Bunny.


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—Necesitas descansar la vista al menos por una semana.—el Dr. Pereira me informó mientras mi madre con sus arrugas más estrechas de lo normal refunfuñaba a su lado. Ella creía no haberlo dicho tan fuerte.
—Nunca hace caso. Le dije que no fuera.—
Se le hacía demasiado difícil entender mis opiniones; nunca pedía que las aceptara. De igual forma, si no iba a la marcha, me iba a quejar. O peor aún, ella se iba a quejar. Aparentemente eso era un “chip” incrustado en cada madre. Letanía tras letanía, queja tras queja, regaño, advertencia, preocupación y la lista sigue. Por esos los nenes de hoy día no quieren una relación seria. Su voz alarmante se vuelve peor que el zumbido de los mosquitos del apagón.
La voz del doctor me hiso olvidar instantáneamente la imagen que tenía de un mosquito tocándome un violín. —¿Entiendes, Úrsula? — Ay, como odio que me llamen por mi nombre. —Si puedes usar inclusive gafas dentro y fuera de los ambientes mejor. Evita ver televisión a oscuras o estar cerca de luces brillantes en lo que mejora tu vista un poco. —
Mi esencia adoptó un sabor amargo, cómo cuando se te olvida ponerle azúcar a la avena.
No soy dramática, pero tenía en mente muchas cosas, incluyendo estudiar para mis clases. ¿Qué se supone que hiciera ahora? No se supone que los gases fueran tan fuertes, entonces, no entiendo. Ni siquiera sé cómo pasó todo.
Solo recuerdo mi amigo Johnny decirme que íbamos al Paro y yo sin cuestionarle le dije que sí. Es por una buena causa, no tengo clases los martes, así que —¡dale! — le dije. Aparte que Johnny está bien lindo y tiene un flow de rebelde que honestamente me llama mucho la atención.
Fuimos ambos vestidos de negro: él con su pancarta y yo con el “sharpie” listo por si se dañaba, cuando de repente, él cae sobre mí, y yo aquí viviéndome la película estilo Nicholas Sparks, mis manos rozándole los pectorales, que no me doy cuenta que hay gente corriendo alrededor. Johnny sale de encima de mí, gritándome que corra y me estira su mano para halarme. Caigo en mis dos pies lista para correr, cuando veo una figura robusta frente a mí y mis ojos quedan sellados por una cantidad innumerable de gas.
Desorientada, me giro media vuelta, aun sintiendo la mano de Johnny, pero sintiendo mas aun el cantazo de lo que fue aparentemente un poste de luz. Al menos eso me dijo Johnny cuando me fue a visitar el día después, luego de haberse reído por un minuto.
—¿En serio no te acuerdas?—me preguntaba, entre risas, sus ojos llenos de lágrimas y los míos rojos como mis cachetes.
Que bochorno, mano.
El camino a casa fue sorprendentemente corto. Tiende a pasar cuando me envuelvo reviviendo diferentes formas de como todo esto no pudo haber pasado. Mi madre ya estaba comenzando a preparar la cena mientras Pa y Mamita me recibían con ay benditos y la pobre nena. Yo lo que estaba era aborrecida. Ya no por el suceso, sino por las instrucciones del doctor.
Luego de varios minutos Ms. Letanía Queja Regaño me tocó la puerta para avisarme que la cena estaba servida y que dejara de estar tanto tiempo metida en la computadora, que ya el doctor había hablado con ambas.
Suspiré mientras presioné “postear” en mi página de Facebook:

Vendo taquillas de Bad Bunny, para más información inbox. #badbunnybaby #trapkingz2018

Los “hashtag”, por eso de que dicen que encuentran los “posts” mas fácil.
Probablemente Johnny iba a ir sin mí, o me la pedía para llevarse a la amiga de su prima que estaba tras de él evidentemente de una forma más abierta que yo. Ella se pasa dándole me encanta a sus fotos.
Ser joven en esta época no es nada fácil.

Monday, May 7, 2018

Toca mis ojos cerrar

Toca mis ojos cerrar, mojados en preguntas irrelevantes... ¿Qué más se puede pensar? Queda desnuda sobre su frente mientras que debajo de la tela y debajo de la piel queda el vacío mediocre de múltiples simples versos. 
Toca mis ojos cerrar, mojados en preguntas inmaduras... ¿Qué tú haces mal? Porque lo sigues haciendo, porque sigue la suela incrustada en lodo de tus cómicas resbaladas. 
Toca mis ojos cerrar, mojados en preguntas desgraciadas... ¿Es qué la flor de la luna creciente no podría escuchar a la Gaia susurrar entre su comisura y su final? 
Toca mis ojos cerrar, húmedos por la estrella mayor que abraza al satélite del que te impide volar. El rubio seca las memorias mientras te inflas del sereno que promete una apertura a tu cotidianidad. Que mientras la hermosura alienígena de tus líneas gira, el rostro fallece entre el esplendor ciego de tu primavera.