María
ha sido, sino es, uno de los sucesos más importantes de mi vida. Para algunos,
un momento histórico. Recuerdo yo haber estado viva para el huracán George en
el 1998 y haber visto uno que otro árbol danzando entre los vientos, pero nada
algo así. Me levanté exactamente a las 2:25am con un sonido retumbante en la
ventana del cuarto de mi mamá. Yo había recogido mis tres bultitos con
documentos importantes por si se mojaba mi cueva en Toa Baja. Me llevé mi ropa
de trabajar y una cosa que otra electrónica porque lo que anunciaban era
espeluznante. Me llevé aquello, no por rotulación de materialista—al contrario,
aparte de lo regalado, todo lo que había en mi apartamento me lo sudé yo a gota
gorda. Yo sola. No quería que se dañara nada y viviendo a minutos del mar
(aunque de vista es espectacular), de septiembre para abajo, podía convertirse
en uno de los lugares más tenebrosos para residir.
Ya
cuando cerré mis ojos el día anterior, aún no se habían llevado los servicios
del agua y luz. Sin embargo, al despertarme bañada en gotas de mi propio sudor,
con la sábana pegada a mi piel, sabía que María había llegado. No recuerdo
haber sentido temor similar. Si había sentido temor, pero no particularmente
como este. Era una mezcla de incertidumbre, de desconocimiento… No sabía cómo
reaccionar y sabía que no podía hacer nada, más que esperar que todo pasara. No
sabía cómo estaba mi pareja, mis amigos, quien había sentido ese golpe en la
ventana de la misma forma que yo.
Entre
las tinieblas observaba la sombra de mi madre.
—A
penas comienza—me informó. No fue hasta una hora después que por poco logro
conseguir el sueño. No se podían abrir las ventanas, todo era plena obscuridad
a las 10:00am. En vez de escuchar el quiriquiquí del gallo y la canción de
despedida del coquí, solo se escuchaban llantos de nuestro borikén. Los troncos
falleciendo ante mis ojos. Los pinos que sembró mi tío se despedían por última
vez, luchando contra los soplos de María, rindiéndose ante la lucha.
Entre
hora a hora levantaba un poco la ventana viendo como un cantito de mi isla se
desmenuzaba antes mis brazos y yo no podía hacer nada. Yo sabía que esto no era
nada. Absolutamente nada. De no saber que hacer, pasé a no saber que sentir. Yo
preocupada por mi cueva, y yo sabía dentro de mí que tenía que haber gente que
ya perdió la suya.
María
había llegado con su pie firme a querer destrozar mi Isla del Encanto. La cogió
por las greñas de árbol de ceiba, aruño sus brazos de mata de plátano, mi isla
botando lágrimas de manantial... La haló, tiró, empujó y la dejó desolada, sus
caciques consolándola, vulnerable, tierna y abusada… No fue completa derrota.
María también recibió parte, con menos energías se marchó y con esperanzas de
nunca más regresar.
Al
día siguiente nos encontramos con una ley o reglamentos que impedía salir luego
de las 6:00pm. El día siguiente no salí mas allá de mi vecindario. Mis vecinos
y yo le dedicamos día a organizar la comunidad, limpiando caminos y ayudándonos
unos a otros. La mayoría de los viejitos de la comunidad habían perdido techos,
siembra, obtuvieron fatalidades dentro de su hogar. Había cristal, demasiado
cristal. Sus pedazos no se podían contar. Había hojas por doquier, roturas de
cemento, maderas por la carretera. ¿Qué no había volado María? Por suerte no
habían heridos en mi sector, pero todos estábamos incomunicados. Nadie sabía de
nadie que no estuviera a ciertos pies de distancia. A la noche mi madre se
acercó, habiendo encontrado unas baterías para la radio y les confieso: si no
hubiera tenido ese radio, la incertidumbre me iba a comer viva. Yo podía estar
sin luz, vivir con la compra y el agua acumulada, pero necesitaba saber cómo se
encontraba mi isla.
Llámenlo
masoquismo, pero en mis momentos a solas no encontraba consuelo entre las
lágrimas. Era horrible lo que mis oídos escuchaban.
A
pesar de no saber de mi trabajo, de mi pareja, ni mi familia, ni de mis amigos,
había gente peor, y entre la radio y los libros de colorear, encontraba cierta
tranquilidad, cierta distracción.
Se
me partía el alma escuchar a la gente que no sabía de su familias. Padres
aclamando hijos, hijos aclamando padres, gente de Estados Unidos, de República
Dominicana, etc., queriendo ayudar, queriendo saber que pasaba. Ni yo sabía que
pasaba. Se había ido el 100% de la luz, solo dos estaciones de radio en el aire
(no, wapa, no eras el único). Y quien sabe, asumo que la mayoría
sin agua.
Ya
yo sentía el apeste a chinchilla de estar todo el día recogiendo y ni sabía
para cuántos días esto iba a durar. Bien aclarado: no de mañana, de meses. Entonces
pensé bien claro, tenía que dar una vuelta y no a “novelear” (la palabra de la
semana) como hicieran muchos. Ni gasolina tenía y las filas eran kilométricas
para la gente con plantas y yo solo necesitaba chequear mi casa y verificar si
iba a reiniciar el trabajo. Estuve prácticamente todo el día fuera: una hora
para llegar a Toa Baja, una más para buscar leche, una más para ver si mi tía
estaba bien, si necesitaba algo. Y el camino entero buscando gasolina para ir a
trabajar el día siguiente…
El
escenario era parapelos. Digo escenario porque les juro que no lo podía creer.
Yo sentía que, o estaba en otro país o aún continuaba soñando. Mi borikén
evidentemente estaba destrozada. Y aún sin salir de turista, era inevitable ver
ese suceso. No había área sin un árbol caído ni letrero en el piso. El verde de
monte, desvanecido. Mi isla, tenebrosa, triste y su virginidad coralina,
violada. Yo no puedo decir que a este
desastre se le saca “provecho de acto comunitario”. No.
Daban
ganas de llorar. La gente que ayudaba, no lo hacía de “buena fé” ni por abrir
camino para agilizar el proceso de restauración de servicios. Los rostros de
los taínos estaban tristes. Nadie celebraba la comunidad. Mi vecina casi se
desplomaba, sus ojos rojizos, mientras narraba el horror que vivió. Gente que
lo perdió todo y aun gente que perdió casi nada, como yo, sufrió por igual. Mi
borikén había despertado completamente destrozada y éramos heridos, pero no
derrotados. Aún dentro del dolor, compartíamos el positivismo de levantar a nuestra
isla una vez más. Y así será.