Thursday, December 20, 2018

La Honduricua que solo podrá entender

Realicemos una retrospectiva dirigida: en donde te escandalizas por mi ausencia en los parámetros cibernéticos.  Sobre como no estoy, como si no hubiera estado por el resto de tus días. Pero es que acaso, ¿qué esperabas o pretendías? Si dices conocerme, conoces a plenitud mis razones. Si piensas que me dramatizo sobre mi falta de inteligencia, pienso entonces que eres poco observadora y que tus intenciones con quien amas no son completamente sinceras.

Porque amas demasiado rápido, confías demasiado rápido, y perdonas demasiado rápido. Vives sincronizada con la ideología de que todo debe ser a tu conveniencia y que todos debemos marchar al ritmo que dibujes. Puesto que todos cometemos errores menos tú, porque hablas de ser honesta y hablar las cosas a pie de letra y en mes me confronto con un mensaje dirigido a quien este dispuesto a escuchar, disfrazado entre sonrisas para querer ridiculizar como yo me he comportado.

Pero si me heriste.

Me cuesta admitir que me sentí herida y aunque tu intención dices no querer hacerlo, lo hiciste. Porque si no quisieras herirme, no actuarias a favor de la ruptura. Puedes llamarlo ridículo, insensato, alocado, mientras te susurran en los oídos que continúas teniendo la razón y deberías dejarlo ir.

Yo lo iba a dejar ir. Hasta que leí tu burla.

La razón por la cual contemplo entre las sombras silenciando mis deseos de enviarte una nota que te explique en exactitud porque me heriste y porque nunca estará bien para mí.

Porque ella vino después.

Porque era una promesa.

Porque confías con tu vida en seres que llegaron anteayer.

Y yo no soy persona de echar cosas en cara.


Pero hoy si quiero echártelo en cara:


mi rubia hondureña,

con ojos esmeralda que,

trazan miradas de con prensión,

que hacen bien.

hoy tus ojos tiñen color rojo.

veo tu dolor,

por traer vida a quien te dará vida.

luego de falsas positivas,

días de espera y sangre entre dedos,

al tocar tu apertura.

tu nariz blanca y de mulata,

se abre en busca de una respiración fallida

sostengo tu mano.

te aseguro que estoy aquí,

que pase lo que pase, estoy aquí,

como estuve a tus cuatro años,

como estuve cuando de ti se burlaron,

como estuve cuando te violaron,

como te sostuve cuando los tumores te quitaron,

como estuve cuando falleció tu violador,

a quien le guardo rencor.

me sostuve cuando decidiste perdonarlo,

y en todo lo demás, te voy a sostener.


Te suelto un poco para probarte si esto es más fuerte de lo que dices creer. Porque yo estuve y no significó cederme un espacio importante para mí, más que de nadie, hacia ti. Por no confiarme con lo mas preciado que hoy tienes en tu vida. Porque mi amistad se vio intacta siempre hasta que esa pequeña acción simulaba que cualquier podría ocupar ese espacio.


Porque, aunque ella estuvo ayer, yo siempre estuve y aunque en distancia, estaré.


Si, me heriste, aunque no quisiste, pero queda otra cosa por decir.

 Si supiste perdonar a quien te destrozo la vida, sabrás perdonarme a mí por desaparecerme unos días. No hacen falta estados públicos para llamar la atención.


Ridiculízame si quieres, pero aunque metafóricamente tapamos el dedo con el sol, no somos lo suficiente grandes para ocasionar el eclipse.

Monday, November 12, 2018

Set it Free


Dear_ _ _ _ _ _ _ _ _ _:

You have gained my respect throughout the years and I have learned to thank you for always walking by my side since the day we met.

I am composing this letter with a purpose; something I would like to point out.

Even though, you have been with me in the "good times" and in the "bad times", you never offered your hand every time you watched me fall and you never wiped my tears every endless night that I cried myself to sleep. No. You stood there, waiting. But, for what, I might ask?

Were you waiting for me to stand up and sweep away the dust off my shoulders by myself?

My heart has turned cold and black and it is because you were there when I needed you, but you did not do anything.

You are the reason why I sweat. You are the reason why I cry. You are the reason why I bleed.

The excruciating pain paints a smile I only wear as an accessory for the nude eye to see. And your thoughts remain silent. They are hidden from the world and probably from yourself.

Yet, nobody knows me the way that you do. Nevertheless, you use it for your personal satisfaction. You want to cause me pain-you enjoy every second of it.

I am tired of you torturing me with the unpleasant images in black and white. I am sick of the blurry whispers of sorrow.

Our secret is that the thoughts and unsaid words lead me into a waterfall full of redness and lies. I have put my every thing out for you. I even agreed not to say anything, but I cannot contain it anymore. At least, let me scream it to the deserted wind-even for just a moment.

I do not want to keep being your prisoner. The shackles are painful and the moments still linger and circle my insides. It is blocking my view and I want to explore it all. Set me free. Let me be.

You have left me broken without anything else to lose and I swear, I honestly cannot contain this hole and darkness in my soul and it's just because I feel possessed. I am a marionette with an invisible master; merely a stray dog without a place to stay and without a hand for comfort.

I am afraid. What will happen once I am free? Will you be the one to liberate me? Or do I have to stand up for my own once again? If I were to collapse on the process, will you pity me? Or do I have to regain undesirable strengths to survive?

I do not want any more lies. I do not want any more tears mixed with scarlet hopes spill over the floor. I just want return to the normal person I was-if I ever became such a thing.

When I mean that I have become a monster, I dislike the fact that almost everybody-especially you-keeps telling me that those kinds of things are not the right ones to say. Again, I hate the lies, then, why should I pretend and shut my lips when I am correct?

I am not asking for you to leave me, let alone feel sorry for me. All I am asking is for an apology, my freedom, but overall, an understanding of my words and regret from your actions. I may have a dark heart for some things you have caused, but there is still warmth in there. It is telling you that you are already forgiven, even though you have a ruined a big part of my life.

Someday, I might actually grow out of it and become an example for others who were once like me. I hope you do realize your mistakes and finally set me free.

Sincerely,
Anonymous.

Contracanto: La lluvia siempre cae del cielo



No sé si era porque quería saber si me importaba o porque sólo quería verme la cara de alegría, pero sé que querían ver si su muerte me había hecho algún tipo de efecto. Si no, no hubiese venido la madre de la ingrata a mi casa, sólo para invitarme al entierro.


—¿Usted está loca?—, le pregunté mientras la miraba de arriba hacia abajo y ella, con cara de asombro por mis palabras, se marchó.


Tenía alrededor de una hora para analizar bien la situación. Por supuesto Marcelo, siendo su amorcito, estaría presente en el entierro. Si no es que partió de este mundo en el hospital junto a ella. Yo en cambio, tenía la opción de no asistir, ya que no es costumbre ir a visitar a la amante de tu esposo en sus últimas horas antes de ser puesta bajo tierra.


Nuevamente la lluvia caía del cielo y me hacía recordar todos esos momentos amargos que pasé y todas las lágrimas derramadas que de seguro, no volverán a recorrer por mis mejillas. Ya no me hieren los recuerdos y mucho menos las palabras e insultos de parte de sus familiares porque creyeron que yo no supe manejar bien la situación.


Los papeles. Todos fueron repartidos; mitad para él y mitad para mi. El dinero. Se encuentra guardado en el banco que le pertenece a mi lado paterno de la familia. José. No sé qué ha pasado con él desde que Marcelo decidió arrancarlo de mi vida y llevárselo a su casa. Intenté hacer algo al respecto; llamé a mis padres, a mis amigos, a mi abogado, pero nada. Nadie sabía qué hacer.


Pensándolo bien, si debería de ir al entierro. Así puedo vengarme de todas las veces que sufrí por su culpa. Por todas las lágrimas que tuve que esconder bajo la lluvia. Pensaba que la lluvia se llevaría mis angustias, pero no fue así y tal vez nunca lo será, porque la única manera de que algún día pueda despertar y no pensar en sus besos apasionados la vez que llegué de un largo día de trabajo, es cuando confronte la situación. Sólo ocurrirá cuando hable de una vez por todas con él.


Entonces pude cobrar las fuerzas para agarrar mi chaqueta marrón y comencé a caminar hacia la puerta. Lo único que me detuvo fue el sonido del teléfono mientras mi mano rozaba la cerradura.


Buenas tardes, señora; hablo del hospital. El señor Marcelo Quinto ha fallecido. Lo sentimos mucho.

Tuesday, November 6, 2018

Con sabor a café


Era la tercera vez que sonaba el microondas. Automáticamente sonreí en respuesta a la exhalación frustrante que provenía de la cocina. Había una pared que dividía la cocina de la sala por ende no podía distinguir que estaba pasando; de igual forma no hacía falta. Tan solo con oírlo podía saber que movía la taza de lado a lado en desesperación como si quisiera que todo fuera perfecto. Yo le advertí al menos dos veces que hirviera la leche, pero es condición humana escuchar solo lo que se quiere escuchar. No hay nada más gratificante que decir “te lo dije”. Aun así, me quise mantener en silencio. Ya lo había molestado en varias ocasiones durante el día de hoy y estaba intentando probarle que no era una “bicha”, como casi todos pensaban. Llevábamos apenas dos meses de pareja y ya yo le había dado a entender lo contrario, pero si seguía ahí era porque algo andaba buscando. Mientras se movía cautelosamente hacia la sala intentando balancear las dos tazas de café, unas galletas Export Soda, un pedazo de pan y una servilleta para su sinusitis, me miraba con ternura con sus ojos en forma de anacardos. Yo lo miraba con una ceja elevada y me acerqué a darle una mano, porque de no hacerlo, su torpeza predecible me iba a dar la razón otra vez. Una vez situados los dos en el sofá, dirigí la taza a mis labios e inhalé sus propiedades. Tuve que exhalar más alto de lo usual. Mis ojos se fijaron en el techo de su casa y se elevaron hasta donde mis párpados le permitieron. Este nene era el diablo. Ya yo no sabía que más hacer con él. Intenté al comienzo de nuestra amistad, hacen diez meses, alejar toda posibilidad de algo más allá que un encuentro casual. Pero una cosa llevo a la otra. Una salida en grupo se convirtió en un “avísame cuando llegues” y sin darme cuenta, las llamadas, mensajes y encuentros surgieron con más frecuencia. Él tenía demasiados puntos a su favor y yo le dejé claro desde un principio que no quería formalizar nada. Pero aquí estaba yo, tomándome el segundo mejor café de mi vida (obviamente el primero es el de mi mama). Él era todo lo que yo quería, pero no me atrevía a decir. Él era todo lo que necesitaba, pero no me atrevía a admitir. Él era todo lo contrario a lo que acostumbraba, puesto a que ya nadie se atrevía amar. Su torpeza predecible, su dulzura impredecible. No la vi venir aun él advirtiéndome desde el principio que no le importaba nada, que a él le gustaba el amor a la antigua. Él creía en el amor y que si yo pensaba que él era peligro, que peligro era las ganas que tenía de hacerme feliz.

Cuento del sueño: “Desde el tren urbano"

Ya no podía calcular los minutos como hacía de costumbre, por mi obsesión de mantener todo en orden. Sé que eran las dos y treinta ocho cuando me monté en el carro, y a penas el reloj marcaba las seis. A mi derecha tenia mi agenda con los cuadritos de tareas del día vacíos y mi móvil junto a ella, con trece llamadas perdidas, seguramente de mi madre. La lluvia tampoco ayudaba. Impedía mi movilidad. Había dejado de respirar.

Comencé a contar, a controlar mis ansias de gritar en desespero mientras las lágrimas se esparcían entre mis pecas. Mis adoradas pecas, se ocultaban entre mi rostro carmín por la presión alterada. Presión que no decidía si subir o bajar.

Mis labios no atrevían a soltar ni una sola palabra. Por eso no quería escuchar a mi madre, sabiendo que iba a preguntarme dónde estaba y yo no deseaba confesarle que aún seguía aquí, en el estacionamiento del tren. Mi mirada se encontraba fijada en el abismo, pero interrumpida por otra innecesaria construcción que desmantelaba lo poco que nos dejó el huracán María de verde.

No conseguía consuelo entre los aparatos amarillos que cesaban sus operaciones, y los constructores que intentaban mover lo que quedaba entre las gotas del cielo.

Y es que las nubes, grises y cargadas, no podían llorar más que yo.

Todo lo que hacía, ¿Para quién y por qué? Lo que pensaba que estaba supuesta hacer no era más que una ilusión periférica. Mi única motivación de seguir y la razón por la cual decidí enfocar mi dolor se me había desgarrado. La base de mis movidas y lo que me levantaba el día a día, lo que en ocasiones me impedía hacer lo que se me diera la gana, pero que al final no importaba, era ver su sonrisa.

No me atrevía ni a pensarlo. Esa memoria no paraba de repetirse, una y otra vez, como si no quisiera entender que era verdad.

No fue hasta que escuche el cristal de mi carro sonar, que me mirada cambió.

--Señorita, yo sé que es un momento difícil para usted, pero necesitamos que pase con nosotros un momento.— me dijo el oficial vestido en su típico uniforme aburrido. Su cara de mala paga y su voz indiferente, me dejaron parapléjica. En estos momentos… un poco de consideración. Pareció haberme leído la mente. –Sé que no está de humor, pero nece—

Le interrumpí de manera brusca, sorprendida por mi tono. -¿Qué más usted desea de mí? Ya vi la escena, fui donde ella, indenti—

Mis palabras se cortaron, por un sollozo.

--Lo sé, señorita. Discúlpeme. Yo hablo con el oficial y si requerimos algo más de usted, la llamaré personalmente. No era mi intención molestarla más.— Con eso se metió en un carro con envoltura policiaca y prendiendo unas luces que me cegaron, se retiró así del estacionamiento, dejándome ahí, soltar un poco de lo que tenía adentro.

No podía evitar recordar, lo cual me ocasionaba más angustia.

Había dejado de respirar otra vez, pero interrumpida por gritos propios que no podía controlar.

Eran cascadas, ahora, expresando la escena que acontecí al bajarme del tren. Antes de las trece llamadas perdidas, había cinco adicionales. Mi madre nunca me llamaba tanto. Le devolví la llamada según podía, y fue ahí cuando la escuché con un taco en su garganta. --¿Mi amor?—trató de esconderlo, pero yo la conocía demasiado y alarmadamente le preguntaba que pasaba, que me dijera de inmediato.

Corrí lo más rápido que pude, se me cayeron las gafas, el abrigo, la botella de agua y no me importó. Llegué a la estación del Deportivo y de ahí corrí. No aguantaba las ganas de llegar hasta la última estación e ir en carro. Nunca pensé haberlo vivir algo así.

Había cintas amarillas alrededor de la escena, la muchedumbre en asombro y cinco policías cubriendo lo que estaba pasando. Dos pedían desesperadamente a los familiares de las victimas alejarse, uno dirigía el tránsito, uno andaba en el teléfono y el otro incrustado en su libreta de a peso. Paralizada entre el medio de todo, escuché mi nombre. Era la madre de él, tirada en el suelo. Ignoré una segunda llamada y como poseída, mis pies se adelantaron antes que mi mente pudiese cuestionarse el que estaba haciendo.

--Señorita, por favor… ¿Es familiar?-- ¿Familiar? Lo empujé del camino, con una paliza. No me importó el reclamo de su compañero y mucho menos el dolor que me dejó en los nudillos. El oficial me pedía que me mantuviera alejada en lo que llegaban los paramédicos.

Dejé de respirar.

La piel se me convirtió en hielo, mis labios se secaron y mi caminar se detuvo.

Ahí estaba.

Su cuerpecito angelical, y sus rizos dorados, teñidos de rojo. El suelo la sostenía. Sus ojitos color verde habían quedado abiertos en asombro. Solo podía imaginar que fue lo último que vio. 

Mis gritos se escucharon por todo Bayamón, de eso estoy segura. Nadie me podía contener cuando la ambulancia tuvo que retirarla del pavimento. Ni me había percatado que, a solo pasos, el cuerpo de su padre se encontraba incrustado entre los cristales.

A los minutos llegó mi madre, que fue la única que pudo hacer que bajara la intensidad de mi desespero antes que me fuese a dar algo a mí. Solo me abrazaba y me besaba el cabello, mientras yo me derretía entre sus brazos, escuchando a lo lejos la causa.

Estaban de regreso a su casa. El semáforo de la intersección, aun intermitente por negligencias del gobierno, y sin tomar la debida precaución, un camión se llevó enredado su Corolla azul y junto a ello, mi vida entera.

Una catorceava llamada de mi madre interrumpió la escena en mi mente. Sin pensarlo presioné el botón verde de mi guie. — ¿Mamita? Te estoy esperando en casa pa’ que te tomes un café. Ven, mi amor. Por favor.

Su última palabra se quedó retumbando en mi oído, como si ella estuviese a mi lado.

Por favor.

La lluvia desvaneció, las grúas se fueron y las cuatro paredes de mi habitación me protegían de probablemente lo peor que pude haber soñado en mi vida. Inmediatamente marqué el teléfono, mis manos temblorosas aun, sin caer en tiempo, ni en mi realidad inmediata.

--¿Qué es?— su voz molesta, como siempre, contestó al otro lado. Lo detestaba tanto, por su arrogancia e ignorancia…, pero no para verlo como lo vi en mi mente.

--¿Qué harás hoy?— le pregunté, a lo cual me respondió que para que yo quería saber. –Solo no salgas, hoy, por favor.—le dije.

—¿Por?

—A pesar de todo, no quisiera que te pasara algo malo.— Con eso di por terminada la llamada. Un movimiento brusco surgió a mi lado y con un giro, su piecito helado terminó en mi cara, otra vez. Agradecida con la vida, maldije mi inconsciente, porque si ella me llegase a faltar antes de yo irme, me moría con ella.

Friday, May 18, 2018

Pequeños Mundos

Welma

No me sorprendió para nada su visita. Era costumbre ya, que Manuelito esperara que todo el mundo terminara de comer para buscar un poco de “pega’o” cada vez que se servía arroz en el colegio. Ese chamaco ya estaba por graduarse y yo todavía seguía sin comprender como él bajaba (o mejor dicho su mamá bajaba) todas las mañanas de Morovis para este hoyo de Toa Alta.

El nene según me contaban era un nene de bien, no se metía con nadie y era la sensación del equipo de béisbol del pueblo. A esta escuela le hacía falta más distracciones para esos nenes, para que no se metieran en tanto problema. Como me contaron los otros días, cuando me topé con las chicas hablando… Dora, la menor de nosotras en el comedor, nos dijo que vio en Wapa un segmento que como unas nenas allá fuera vendían sus cuerpos pa’ poder pagarse los estudios.

Que cosa, óigame.

—Negro, ya tú te me vas—le dije a Manuel mientras raspaba esa pega del caldero. Sin pensarlo comencé a sacar el residuo y separé un platito de plástico aparte desde que le traje a las chicas el menú de la semana.

Manuel caminó por la puerta trasera, pasando el grafiti que dejó la gente que se metió aquí a robar el año pasado, y bajó las escaleras que daban al comedor.

—Bendición, Doña Welma—me respondió, sonriendo. Ese nene hasta los dientes perfectos tenía; blanquitos como huevo de gallina andaluza. —Me voy, me voy, pero no se crea que me voy a olvidar de uste’—.

—Mijo, pero no me diga eso que lo mando a buscar—le dije riendo. —Y, ¿ya sabes que vas a hacer? Seguro que ya tienes todo planea’o—.

Él miro hacia abajo y movió la cabeza de arriba abajo. —Me voy, Doña Welma—repitió. —Quiero ser profesor, aun no sé de qué, pero sé que quiero motivar a la gente a dejar de estar tan metidos en el teléfono, no sé—.

—Eso lo decides después. Empiece a estudiar, vete ahí a la iupi y te coges las clases generales y eso. Eso fue lo que hiso la nena de Dora y ya es casi doctora la muchachita esa—.

Manuel cogió el plato de mis manos y estiró su mano libre para coger una de las cucharas plásticas que estaban a mi lado. —Yo me voy para allá afuera, es. Ya envié las solicitudes y una vez me llegué, cojo avión—.

—Ah, bueno—. Y no dije más. Encontraba un poco raro que fuera a estudiar allá afuera para ayudar los jóvenes de aquí, pero a lo mejor hablaba en general.

Lo que es tener la oportunidad. Yo que, si mi padre no me hubiera dejado en la puerta de Don Jacinto, el fundador de esta mismita escuela, a mis dos años, probablemente estuviera haciendo otra cosa que tejer mientras veo las novelas.

Liliana

Ese día decidió ganarse la vida engañando a la gente. Liliana solo quería comenzar desde cero. Ya no llevaba suerte alguna. Todas esas mesas atendidas y esas noches de micrófono abierto para ahorrar dos o tres dólares y venir hasta acá abajo, eran en vano de un punto a otro. No encontraba sentido a nada. Ya había ido a cuarenta y tres audiciones. Obviamente sin contar en la que vomitó frente al director por no haber comido nada. Ya se le estaba acabando el dinero y el tiempo. Lo único que ella quería era su “break”.  ¿Cuánto tiempo más necesitaba?

Entró por la parte de atrás de la casa, una piscina la invitaba a un ambiente acogedor. A pesar de estar vacío el patio trasero, había luces tenues encendidas a su alrededor. La casa se veía lujosa, las puertas de cristal, sus ventanas bien rectas y filosas como navaja. El color gris predominaba la estructura y en vez de denotar un espacio aburrido, le prestaba clase a su arquitectura.

Ya no había vuelta atrás. Esto era lo que tenía y debía de hacer para estirar un poco el tiempo predeterminado. Con un suspiro sopló el nombre escrito en la servilleta que le dio uno de los clientes del restaurante. Par de pesitos, nomas, por eso de que realmente te hagan falta. Sus palabras fueron como hielo deslizando por su espalda. Ya la garganta se le comenzaba a cerrar y los ojos a aguar, pero no había vuelta atrás.

Una silueta apareció entre las sombras. Detrás de un muro apareció un hombre, su pecho peludo expuesto ante su vista virginal. Así es que ella debía ganarse la vida, pensó. ¿Realmente valía la pena?

Pero es que ya no daba para más. Recordaba su viejito prender el fogón todos los viernes a las seis de la mañana para hacer las mallorcas más ricas de su pueblito Ciales y como sus cayos definían la curvatura de sus manos. Se le hacía los ojos agua el pensar que su viejito era muy viejito y las cosas se ponían cada vez peor para la gente que tenia negocio propio. A veces el pan no daba y había que restar de la mercancía para poder calmar la molestia del estómago.

Liliana iba de poquito en poquito, en contra de las directrices del viejo a trabajar por la Concha, a darle lo que sobraba después de haber echado gasolina y pagar las deudas.

Recuerda el verdor del campo, los caballos, la gente. Como todas las semanas andaban los chicos en bicicleta buscando de las mallorcas mientras ella escribía en su diario. Una vida demasiado perfecta, pero demasiada sacrificada. Liliana solo quería parar el sufrimiento de su Pa’. Nada era lo mismo desde que su madre partió.

Mientras los pelos sudados de ese hombre alto, rozaban sus mejillas entre un abrazo, Liliana deseaba con todas las fuerzas otra alternativa instantánea que la llevara a su campo.

El hombre robusto se despegó en modo de altera. Detrás de Liliana se escuchaban múltiples pasos fuertes. Sin apenas sentirlo, sin tan siquiera verlo, sus rizos caribeños cayeron sobre el suelo sumergiéndose en la oscuridad.

Manuel

Esa noche perdió completamente la memoria. Que bien la había pasado anoche con los muchachos.

Manuel y sus tres mejores amigos llegaron a su casa a las siete de la mañana. Sorpresivamente el papá de Manuel se la dejó pasar por haber sacado tan buenas notas en el semestre. Ya todo había terminado.

Si tan solo se fuera a jugar en las Grandes Ligas, como él quería. Talento tenía, disciplina por demás. No había razón alguna para descuidarse si era un niño completamente organizado y responsable. Sin embargo, quería perder el dinero en caridad. En decirle a la gente que hicieran algo más productivo con sus vidas. Que ironía. Manuel podía hacer todo lo que quisiera jugando béisbol. Caridad más el dinero.

Pero nada de eso le importaba a Manuel y por eso y más que nada quería hacer exactamente lo opuesto a lo que le decía su padre.

Ya estaba todo listo para la cena cuando anunció sus planes de irse a la Gran Manzana. Entre risas y felicitaciones se transportaba a su actualidad.

Manuel Edgardo Ortiz Pérez ya tenía su vida planeada. Paseaba entre la esquina boricua de nómadas buscando el sueño americano. La gente envuelta entre las luces colgando de los techos y el sonido de Gilbertito de fondo. Ahí todos sabían de su gente, pero no quien era la gente.

Manuel paseó los adoquines incrustados en ese suelo gringo con sus dos hombres más fieles. Ninguno de ellos se graduó con él. Ninguno de los dos ni de los que trabajan para él sabían como él era quien era.

Aún podía oler las mallorcas cialeñas que su hermana Elena le mandaba a buscar todos los viernes temprano. Su barriga enorme amenazaba a no negarle nada. Eso y la mirada de su mamá. Podrías ser el rey y si tu mamá te decía algo, había que hacerlo. Eso era lo único bueno que tenía Manuel. Sin embargo, los viejitos no se cansaban de ver el bien en él. Aparte de sus dientes, ¿qué tenía Manuel? Pero él podía viajar una vida entera en su bicicleta por las mallorcas y por escuchar al viejito que trabajaba ahí decirle que no se rindiera. Él le recordaba mucho a Doña Welma.

Una vez pasaron unos condominios turquesa, ya sabían que estaban por llegar. Cruzaron la cera, la lluvia creando un espejismo entre la carretera. Manuel llegó a la casa gris. Este hogar lo había comprado con su propio sudor, según decía. Era un imperio invisible y un mundo oculto en donde solo pagaba el que no tuviera miedo a morir.

Manuel era brillante, pero no de la forma en que todos pensaba.

—Ya está amarrada—le dijo un hombre alto frente a la puerta trasera. Manuel siempre odiaba que Francisco anduviera tan sudado con los vellos del pecho expuestos. La vista le causaba náuseas, probablemente peores que las de su hermana.

Entró pues al cuarto. —Liliana—la llamó. —No tienes que preocuparte por tu viejo, bebé. Ya lo hecho, hecho está. Él va a pensar que lo lograste acá y ese dinero es muestra suficiente—.

Liliana entre sollozos y gritos interrumpidos por la tela que cubría su boca a penas se entendía, pero ya Manuel tenía vasta experiencia con esas lenguas.

—Mensualmente le enviaremos una carta con una foto nueva y un cheque validando tu progreso. Quizás cuando tenga para comprarse un televisor, será demasiado tarde para enterarse. Lo cómico de los jóvenes de hoy día es que no saben cuánto tiempo pierden en la tecnología y tu papá no sabe ni lo que es un Instagram­—.

Liliana soltó un grito mudo, luego susurrando que su papá no era tan ingenuo para creerle tanta estupidez. Alguien iba a encontrarla, tarde o temprano.

—Setecientas noventa y ocho fotos. Tantos seguidores y nadie tiene idea de donde andas metida. —

Manuel junta sus labios en un silbido y los dos hombres de negro proceden a desprender a Liliana de sus tiernos rizos caribeños. El sonido de su teléfono distrajo la vista de tan perturbadora escena.

Los dedos desbloquearon la pantalla y un mensaje apareció en ella: Mijo, tu mamá me dio tu número. Quería felicitarte porque me dijeron que te graduaste con honores y que te aceptaron allá afuera. No te rindas que los buenos somos pocos.

—Doña Welma

Wednesday, May 9, 2018

Porque no voy


Escrito realizado para clase. Crear un personaje relacionado de forma directa o indirecta al Paro Nacional y mencionar a Bad Bunny.


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—Necesitas descansar la vista al menos por una semana.—el Dr. Pereira me informó mientras mi madre con sus arrugas más estrechas de lo normal refunfuñaba a su lado. Ella creía no haberlo dicho tan fuerte.
—Nunca hace caso. Le dije que no fuera.—
Se le hacía demasiado difícil entender mis opiniones; nunca pedía que las aceptara. De igual forma, si no iba a la marcha, me iba a quejar. O peor aún, ella se iba a quejar. Aparentemente eso era un “chip” incrustado en cada madre. Letanía tras letanía, queja tras queja, regaño, advertencia, preocupación y la lista sigue. Por esos los nenes de hoy día no quieren una relación seria. Su voz alarmante se vuelve peor que el zumbido de los mosquitos del apagón.
La voz del doctor me hiso olvidar instantáneamente la imagen que tenía de un mosquito tocándome un violín. —¿Entiendes, Úrsula? — Ay, como odio que me llamen por mi nombre. —Si puedes usar inclusive gafas dentro y fuera de los ambientes mejor. Evita ver televisión a oscuras o estar cerca de luces brillantes en lo que mejora tu vista un poco. —
Mi esencia adoptó un sabor amargo, cómo cuando se te olvida ponerle azúcar a la avena.
No soy dramática, pero tenía en mente muchas cosas, incluyendo estudiar para mis clases. ¿Qué se supone que hiciera ahora? No se supone que los gases fueran tan fuertes, entonces, no entiendo. Ni siquiera sé cómo pasó todo.
Solo recuerdo mi amigo Johnny decirme que íbamos al Paro y yo sin cuestionarle le dije que sí. Es por una buena causa, no tengo clases los martes, así que —¡dale! — le dije. Aparte que Johnny está bien lindo y tiene un flow de rebelde que honestamente me llama mucho la atención.
Fuimos ambos vestidos de negro: él con su pancarta y yo con el “sharpie” listo por si se dañaba, cuando de repente, él cae sobre mí, y yo aquí viviéndome la película estilo Nicholas Sparks, mis manos rozándole los pectorales, que no me doy cuenta que hay gente corriendo alrededor. Johnny sale de encima de mí, gritándome que corra y me estira su mano para halarme. Caigo en mis dos pies lista para correr, cuando veo una figura robusta frente a mí y mis ojos quedan sellados por una cantidad innumerable de gas.
Desorientada, me giro media vuelta, aun sintiendo la mano de Johnny, pero sintiendo mas aun el cantazo de lo que fue aparentemente un poste de luz. Al menos eso me dijo Johnny cuando me fue a visitar el día después, luego de haberse reído por un minuto.
—¿En serio no te acuerdas?—me preguntaba, entre risas, sus ojos llenos de lágrimas y los míos rojos como mis cachetes.
Que bochorno, mano.
El camino a casa fue sorprendentemente corto. Tiende a pasar cuando me envuelvo reviviendo diferentes formas de como todo esto no pudo haber pasado. Mi madre ya estaba comenzando a preparar la cena mientras Pa y Mamita me recibían con ay benditos y la pobre nena. Yo lo que estaba era aborrecida. Ya no por el suceso, sino por las instrucciones del doctor.
Luego de varios minutos Ms. Letanía Queja Regaño me tocó la puerta para avisarme que la cena estaba servida y que dejara de estar tanto tiempo metida en la computadora, que ya el doctor había hablado con ambas.
Suspiré mientras presioné “postear” en mi página de Facebook:

Vendo taquillas de Bad Bunny, para más información inbox. #badbunnybaby #trapkingz2018

Los “hashtag”, por eso de que dicen que encuentran los “posts” mas fácil.
Probablemente Johnny iba a ir sin mí, o me la pedía para llevarse a la amiga de su prima que estaba tras de él evidentemente de una forma más abierta que yo. Ella se pasa dándole me encanta a sus fotos.
Ser joven en esta época no es nada fácil.

Monday, May 7, 2018

Toca mis ojos cerrar

Toca mis ojos cerrar, mojados en preguntas irrelevantes... ¿Qué más se puede pensar? Queda desnuda sobre su frente mientras que debajo de la tela y debajo de la piel queda el vacío mediocre de múltiples simples versos. 
Toca mis ojos cerrar, mojados en preguntas inmaduras... ¿Qué tú haces mal? Porque lo sigues haciendo, porque sigue la suela incrustada en lodo de tus cómicas resbaladas. 
Toca mis ojos cerrar, mojados en preguntas desgraciadas... ¿Es qué la flor de la luna creciente no podría escuchar a la Gaia susurrar entre su comisura y su final? 
Toca mis ojos cerrar, húmedos por la estrella mayor que abraza al satélite del que te impide volar. El rubio seca las memorias mientras te inflas del sereno que promete una apertura a tu cotidianidad. Que mientras la hermosura alienígena de tus líneas gira, el rostro fallece entre el esplendor ciego de tu primavera.