No sé si era porque quería saber si me importaba o
porque sólo quería verme la cara de alegría, pero sé que querían ver si su
muerte me había hecho algún tipo de efecto. Si no, no hubiese venido la madre
de la ingrata a mi casa, sólo para invitarme al entierro.
—¿Usted está loca?—, le pregunté mientras la miraba de
arriba hacia abajo y ella, con cara de asombro por mis palabras, se marchó.
Tenía alrededor de una hora para analizar bien la
situación. Por supuesto Marcelo, siendo su
amorcito, estaría presente en el entierro. Si no es que partió de este mundo en
el hospital junto a ella. Yo en cambio, tenía la opción de no asistir, ya que
no es costumbre ir a visitar a la amante de tu esposo en sus últimas horas
antes de ser puesta bajo tierra.
Nuevamente la lluvia caía
del cielo y me hacía recordar todos esos momentos amargos que pasé y todas las
lágrimas derramadas que de seguro, no volverán a recorrer por mis mejillas. Ya
no me hieren los recuerdos y mucho menos las palabras e insultos de parte de
sus familiares porque creyeron que yo no supe manejar bien la situación.
Los papeles. Todos fueron
repartidos; mitad para él y mitad para mi. El dinero. Se encuentra guardado en
el banco que le pertenece a mi lado paterno de la familia. José. No sé qué ha
pasado con él desde que Marcelo decidió arrancarlo de mi vida y llevárselo a su
casa. Intenté hacer algo al respecto; llamé a mis padres, a mis amigos, a mi
abogado, pero nada. Nadie sabía qué hacer.
Pensándolo bien, si
debería de ir al entierro. Así puedo vengarme de todas las veces que sufrí por
su culpa. Por todas las lágrimas que tuve que esconder bajo la lluvia. Pensaba
que la lluvia se llevaría mis angustias, pero no fue así y tal vez nunca lo
será, porque la única manera de que algún día pueda despertar y no pensar en
sus besos apasionados la vez que llegué de un largo día de trabajo, es cuando
confronte la situación. Sólo ocurrirá cuando hable de una vez por todas con él.
Entonces pude cobrar las
fuerzas para agarrar mi chaqueta marrón y comencé a caminar hacia la puerta. Lo
único que me detuvo fue el sonido del teléfono mientras mi mano rozaba la
cerradura.
Buenas tardes, señora;
hablo del hospital. El señor Marcelo Quinto ha fallecido. Lo sentimos
mucho.
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