Tuesday, November 6, 2018

Con sabor a café


Era la tercera vez que sonaba el microondas. Automáticamente sonreí en respuesta a la exhalación frustrante que provenía de la cocina. Había una pared que dividía la cocina de la sala por ende no podía distinguir que estaba pasando; de igual forma no hacía falta. Tan solo con oírlo podía saber que movía la taza de lado a lado en desesperación como si quisiera que todo fuera perfecto. Yo le advertí al menos dos veces que hirviera la leche, pero es condición humana escuchar solo lo que se quiere escuchar. No hay nada más gratificante que decir “te lo dije”. Aun así, me quise mantener en silencio. Ya lo había molestado en varias ocasiones durante el día de hoy y estaba intentando probarle que no era una “bicha”, como casi todos pensaban. Llevábamos apenas dos meses de pareja y ya yo le había dado a entender lo contrario, pero si seguía ahí era porque algo andaba buscando. Mientras se movía cautelosamente hacia la sala intentando balancear las dos tazas de café, unas galletas Export Soda, un pedazo de pan y una servilleta para su sinusitis, me miraba con ternura con sus ojos en forma de anacardos. Yo lo miraba con una ceja elevada y me acerqué a darle una mano, porque de no hacerlo, su torpeza predecible me iba a dar la razón otra vez. Una vez situados los dos en el sofá, dirigí la taza a mis labios e inhalé sus propiedades. Tuve que exhalar más alto de lo usual. Mis ojos se fijaron en el techo de su casa y se elevaron hasta donde mis párpados le permitieron. Este nene era el diablo. Ya yo no sabía que más hacer con él. Intenté al comienzo de nuestra amistad, hacen diez meses, alejar toda posibilidad de algo más allá que un encuentro casual. Pero una cosa llevo a la otra. Una salida en grupo se convirtió en un “avísame cuando llegues” y sin darme cuenta, las llamadas, mensajes y encuentros surgieron con más frecuencia. Él tenía demasiados puntos a su favor y yo le dejé claro desde un principio que no quería formalizar nada. Pero aquí estaba yo, tomándome el segundo mejor café de mi vida (obviamente el primero es el de mi mama). Él era todo lo que yo quería, pero no me atrevía a decir. Él era todo lo que necesitaba, pero no me atrevía a admitir. Él era todo lo contrario a lo que acostumbraba, puesto a que ya nadie se atrevía amar. Su torpeza predecible, su dulzura impredecible. No la vi venir aun él advirtiéndome desde el principio que no le importaba nada, que a él le gustaba el amor a la antigua. Él creía en el amor y que si yo pensaba que él era peligro, que peligro era las ganas que tenía de hacerme feliz.

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