Sunday, September 29, 2019

Sentido

Cuando se acaba, es un proceso de duelo.
Algo indigno de aceptar, pero hay que aceptar.
¿Dónde quedan esos recuerdos si al final quedan cancelados?
¿Cuál, entonces, es el sentido de amar?
¿Dónde quedan las paveras espontáneas?
¿Dónde quedan las caricias a medias?
Por eso somos claros al crearle una coraza a nuestra existencia.
Para que no procedan a amortiguarnos.
 Si a fin de cuenta, ¿en dónde queda la lección de vida que no servirá de nada?
Más que para proteger y sobreproteger nuestro sentir de los viles recuerdos,
 y las temerosas memorias que quieran construir sobre nuestra existencia.
¿En dónde quedan las promesas de media noche,
de charlas de carros en estacionamientos,
y palabras entre miradas enamoradas?
 A fin de cuenta solo son palabras.
El amor se convierte en irritación.
En la falta de deseo y de empatía.
Los recuerdos son recuerdos.
¿Cuál, entonces, es el sentido de amar?
¿Cuál es el sentido de entregarse?
Si cuando se acaba, la ilusión desvanece, las noches son más largas,
La calle está demasiado llena, el agua demasiado espesa,
El ruido más potente y el vació más distante.
Y en el caes. Flotando entre el espacio abismal.
Esos ojos reconocidos, esas que te devuelven la mirada a diario,
Te hacen entender:
Que en la vida todo el mundo es indispensable,
¿Cuál, entonces, es el sentido de amar?

Tuesday, September 17, 2019

El café se volvió amargo



De un tiempo para acá y con varios intentos fallidos, descubrí que no todo el café era digno de probarse. Todo depende del gusto y yo, tendía a ser especifica con el mío: término medio, una cucharada y media de azúcar. Por alguna razón a no todos le quedaba igual. Inclusive mi madre, que utilizaba el mismo café, la misma leche y el mismo azúcar que yo, siempre resultaba diferente en sabor al que yo misma me preparaba.

Evidentemente. No todos eran iguales.

Recuerdo que cuando lo conocí, meses luego de nuestro primer beso, y dos meses dentro de una relación, fuimos a su hogar. Él se encontraba en la cocina, preparándome un café, frustrándose porque quería que todo fuera perfecto. Con una probada entre mis labios, había jurado que era el segundo mejor café de mi vida. Eso fue hace once meses específicamente. Por circunstancias de la vida, el sabor del mismo se volvió amargo. No lográbamos definir el porqué. Si era falta de detalle o ignorancia del detalle existente y fueron arduos meses de sentir entre las glándulas salivares una tos atascarse por el raro toque de grano molido y hervido.

No fue hasta que la ausencia de una taza, que me hiso entender eso que dicen de “no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. En efecto, nunca había deseado tanto algo en la madrugada. Habíamos descuidado nuestros sentires hundiéndonos entre los amaneceres y atardeceres; no nos dedicábamos a amar—nunca fuimos de dejarle saber a todos cuan grande era ese sentimiento para ambos. Por ende, me toca llorar en silencio, porque no me daba cuenta de que lo que nos llevó al borde, en parte fue por quejarme de como serían las cosas en vez de apreciar las que realmente tenía.

¿Seria capaz él de ceder una nueva oportunidad? Al malentendido, a la interpretación, a la sutilidad del entendimiento, a la aventura, a los errores, a la cordura entre palabras, y yo sigo aquí sin entender como mejorar dentro de mi imperfección porque yo no me debo disculpar de ser humana. Solo me disculpo de no haberme dado cuenta que tan insensible pude haber sido por no abrir los ojos antes y ver todo lo que me decía que yo hacía, entre lágrimas. Fui irremediablemente ciega. Y juro ceder. Juro enmendar. Juro quebrantar esas partes indeseables de mi frágil existencia.

Porque mi amor, mi deseo por probar entre lenguas la dulce y espesa finura de su taza de intento y dedicación. Que por mas fuera de lo regular fuese, sigue siendo una taza existente. Una taza presente que nunca dejo de estar, mucho menos cuando yo más la necesitaba.