De un
tiempo para acá y con varios intentos fallidos, descubrí que no todo el café era
digno de probarse. Todo depende del gusto y yo, tendía a ser especifica con el mío:
término medio, una cucharada y media de azúcar. Por alguna razón a no todos le
quedaba igual. Inclusive mi madre, que utilizaba el mismo café, la misma leche
y el mismo azúcar que yo, siempre resultaba diferente en sabor al que yo misma
me preparaba.
Evidentemente.
No todos eran iguales.
Recuerdo
que cuando lo conocí, meses luego de nuestro primer beso, y dos meses dentro de
una relación, fuimos a su hogar. Él se encontraba en la cocina, preparándome un
café, frustrándose porque quería que todo fuera perfecto. Con una probada entre
mis labios, había jurado que era el segundo mejor café de mi vida. Eso fue hace
once meses específicamente. Por circunstancias de la vida, el sabor del mismo
se volvió amargo. No lográbamos definir el porqué. Si era falta de detalle o
ignorancia del detalle existente y fueron arduos meses de sentir entre las glándulas
salivares una tos atascarse por el raro toque de grano molido y hervido.
No
fue hasta que la ausencia de una taza, que me hiso entender eso que dicen de “no
sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. En efecto, nunca había deseado tanto
algo en la madrugada. Habíamos descuidado nuestros sentires hundiéndonos entre
los amaneceres y atardeceres; no nos dedicábamos a amar—nunca fuimos de dejarle
saber a todos cuan grande era ese sentimiento para ambos. Por ende, me toca
llorar en silencio, porque no me daba cuenta de que lo que nos llevó al borde,
en parte fue por quejarme de como serían las cosas en vez de apreciar las que
realmente tenía.
¿Seria
capaz él de ceder una nueva oportunidad? Al malentendido, a la interpretación,
a la sutilidad del entendimiento, a la aventura, a los errores, a la cordura
entre palabras, y yo sigo aquí sin entender como mejorar dentro de mi imperfección
porque yo no me debo disculpar de ser humana. Solo me disculpo de no haberme
dado cuenta que tan insensible pude haber sido por no abrir los ojos antes y
ver todo lo que me decía que yo hacía, entre lágrimas. Fui irremediablemente
ciega. Y juro ceder. Juro enmendar. Juro quebrantar esas partes indeseables de
mi frágil existencia.
Porque
mi amor, mi deseo por probar entre lenguas la dulce y espesa finura de su taza
de intento y dedicación. Que por mas fuera de lo regular fuese, sigue siendo
una taza existente. Una taza presente que nunca dejo de estar, mucho menos
cuando yo más la necesitaba.
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