Monday, November 12, 2018

Set it Free


Dear_ _ _ _ _ _ _ _ _ _:

You have gained my respect throughout the years and I have learned to thank you for always walking by my side since the day we met.

I am composing this letter with a purpose; something I would like to point out.

Even though, you have been with me in the "good times" and in the "bad times", you never offered your hand every time you watched me fall and you never wiped my tears every endless night that I cried myself to sleep. No. You stood there, waiting. But, for what, I might ask?

Were you waiting for me to stand up and sweep away the dust off my shoulders by myself?

My heart has turned cold and black and it is because you were there when I needed you, but you did not do anything.

You are the reason why I sweat. You are the reason why I cry. You are the reason why I bleed.

The excruciating pain paints a smile I only wear as an accessory for the nude eye to see. And your thoughts remain silent. They are hidden from the world and probably from yourself.

Yet, nobody knows me the way that you do. Nevertheless, you use it for your personal satisfaction. You want to cause me pain-you enjoy every second of it.

I am tired of you torturing me with the unpleasant images in black and white. I am sick of the blurry whispers of sorrow.

Our secret is that the thoughts and unsaid words lead me into a waterfall full of redness and lies. I have put my every thing out for you. I even agreed not to say anything, but I cannot contain it anymore. At least, let me scream it to the deserted wind-even for just a moment.

I do not want to keep being your prisoner. The shackles are painful and the moments still linger and circle my insides. It is blocking my view and I want to explore it all. Set me free. Let me be.

You have left me broken without anything else to lose and I swear, I honestly cannot contain this hole and darkness in my soul and it's just because I feel possessed. I am a marionette with an invisible master; merely a stray dog without a place to stay and without a hand for comfort.

I am afraid. What will happen once I am free? Will you be the one to liberate me? Or do I have to stand up for my own once again? If I were to collapse on the process, will you pity me? Or do I have to regain undesirable strengths to survive?

I do not want any more lies. I do not want any more tears mixed with scarlet hopes spill over the floor. I just want return to the normal person I was-if I ever became such a thing.

When I mean that I have become a monster, I dislike the fact that almost everybody-especially you-keeps telling me that those kinds of things are not the right ones to say. Again, I hate the lies, then, why should I pretend and shut my lips when I am correct?

I am not asking for you to leave me, let alone feel sorry for me. All I am asking is for an apology, my freedom, but overall, an understanding of my words and regret from your actions. I may have a dark heart for some things you have caused, but there is still warmth in there. It is telling you that you are already forgiven, even though you have a ruined a big part of my life.

Someday, I might actually grow out of it and become an example for others who were once like me. I hope you do realize your mistakes and finally set me free.

Sincerely,
Anonymous.

Contracanto: La lluvia siempre cae del cielo



No sé si era porque quería saber si me importaba o porque sólo quería verme la cara de alegría, pero sé que querían ver si su muerte me había hecho algún tipo de efecto. Si no, no hubiese venido la madre de la ingrata a mi casa, sólo para invitarme al entierro.


—¿Usted está loca?—, le pregunté mientras la miraba de arriba hacia abajo y ella, con cara de asombro por mis palabras, se marchó.


Tenía alrededor de una hora para analizar bien la situación. Por supuesto Marcelo, siendo su amorcito, estaría presente en el entierro. Si no es que partió de este mundo en el hospital junto a ella. Yo en cambio, tenía la opción de no asistir, ya que no es costumbre ir a visitar a la amante de tu esposo en sus últimas horas antes de ser puesta bajo tierra.


Nuevamente la lluvia caía del cielo y me hacía recordar todos esos momentos amargos que pasé y todas las lágrimas derramadas que de seguro, no volverán a recorrer por mis mejillas. Ya no me hieren los recuerdos y mucho menos las palabras e insultos de parte de sus familiares porque creyeron que yo no supe manejar bien la situación.


Los papeles. Todos fueron repartidos; mitad para él y mitad para mi. El dinero. Se encuentra guardado en el banco que le pertenece a mi lado paterno de la familia. José. No sé qué ha pasado con él desde que Marcelo decidió arrancarlo de mi vida y llevárselo a su casa. Intenté hacer algo al respecto; llamé a mis padres, a mis amigos, a mi abogado, pero nada. Nadie sabía qué hacer.


Pensándolo bien, si debería de ir al entierro. Así puedo vengarme de todas las veces que sufrí por su culpa. Por todas las lágrimas que tuve que esconder bajo la lluvia. Pensaba que la lluvia se llevaría mis angustias, pero no fue así y tal vez nunca lo será, porque la única manera de que algún día pueda despertar y no pensar en sus besos apasionados la vez que llegué de un largo día de trabajo, es cuando confronte la situación. Sólo ocurrirá cuando hable de una vez por todas con él.


Entonces pude cobrar las fuerzas para agarrar mi chaqueta marrón y comencé a caminar hacia la puerta. Lo único que me detuvo fue el sonido del teléfono mientras mi mano rozaba la cerradura.


Buenas tardes, señora; hablo del hospital. El señor Marcelo Quinto ha fallecido. Lo sentimos mucho.

Tuesday, November 6, 2018

Con sabor a café


Era la tercera vez que sonaba el microondas. Automáticamente sonreí en respuesta a la exhalación frustrante que provenía de la cocina. Había una pared que dividía la cocina de la sala por ende no podía distinguir que estaba pasando; de igual forma no hacía falta. Tan solo con oírlo podía saber que movía la taza de lado a lado en desesperación como si quisiera que todo fuera perfecto. Yo le advertí al menos dos veces que hirviera la leche, pero es condición humana escuchar solo lo que se quiere escuchar. No hay nada más gratificante que decir “te lo dije”. Aun así, me quise mantener en silencio. Ya lo había molestado en varias ocasiones durante el día de hoy y estaba intentando probarle que no era una “bicha”, como casi todos pensaban. Llevábamos apenas dos meses de pareja y ya yo le había dado a entender lo contrario, pero si seguía ahí era porque algo andaba buscando. Mientras se movía cautelosamente hacia la sala intentando balancear las dos tazas de café, unas galletas Export Soda, un pedazo de pan y una servilleta para su sinusitis, me miraba con ternura con sus ojos en forma de anacardos. Yo lo miraba con una ceja elevada y me acerqué a darle una mano, porque de no hacerlo, su torpeza predecible me iba a dar la razón otra vez. Una vez situados los dos en el sofá, dirigí la taza a mis labios e inhalé sus propiedades. Tuve que exhalar más alto de lo usual. Mis ojos se fijaron en el techo de su casa y se elevaron hasta donde mis párpados le permitieron. Este nene era el diablo. Ya yo no sabía que más hacer con él. Intenté al comienzo de nuestra amistad, hacen diez meses, alejar toda posibilidad de algo más allá que un encuentro casual. Pero una cosa llevo a la otra. Una salida en grupo se convirtió en un “avísame cuando llegues” y sin darme cuenta, las llamadas, mensajes y encuentros surgieron con más frecuencia. Él tenía demasiados puntos a su favor y yo le dejé claro desde un principio que no quería formalizar nada. Pero aquí estaba yo, tomándome el segundo mejor café de mi vida (obviamente el primero es el de mi mama). Él era todo lo que yo quería, pero no me atrevía a decir. Él era todo lo que necesitaba, pero no me atrevía a admitir. Él era todo lo contrario a lo que acostumbraba, puesto a que ya nadie se atrevía amar. Su torpeza predecible, su dulzura impredecible. No la vi venir aun él advirtiéndome desde el principio que no le importaba nada, que a él le gustaba el amor a la antigua. Él creía en el amor y que si yo pensaba que él era peligro, que peligro era las ganas que tenía de hacerme feliz.

Cuento del sueño: “Desde el tren urbano"

Ya no podía calcular los minutos como hacía de costumbre, por mi obsesión de mantener todo en orden. Sé que eran las dos y treinta ocho cuando me monté en el carro, y a penas el reloj marcaba las seis. A mi derecha tenia mi agenda con los cuadritos de tareas del día vacíos y mi móvil junto a ella, con trece llamadas perdidas, seguramente de mi madre. La lluvia tampoco ayudaba. Impedía mi movilidad. Había dejado de respirar.

Comencé a contar, a controlar mis ansias de gritar en desespero mientras las lágrimas se esparcían entre mis pecas. Mis adoradas pecas, se ocultaban entre mi rostro carmín por la presión alterada. Presión que no decidía si subir o bajar.

Mis labios no atrevían a soltar ni una sola palabra. Por eso no quería escuchar a mi madre, sabiendo que iba a preguntarme dónde estaba y yo no deseaba confesarle que aún seguía aquí, en el estacionamiento del tren. Mi mirada se encontraba fijada en el abismo, pero interrumpida por otra innecesaria construcción que desmantelaba lo poco que nos dejó el huracán María de verde.

No conseguía consuelo entre los aparatos amarillos que cesaban sus operaciones, y los constructores que intentaban mover lo que quedaba entre las gotas del cielo.

Y es que las nubes, grises y cargadas, no podían llorar más que yo.

Todo lo que hacía, ¿Para quién y por qué? Lo que pensaba que estaba supuesta hacer no era más que una ilusión periférica. Mi única motivación de seguir y la razón por la cual decidí enfocar mi dolor se me había desgarrado. La base de mis movidas y lo que me levantaba el día a día, lo que en ocasiones me impedía hacer lo que se me diera la gana, pero que al final no importaba, era ver su sonrisa.

No me atrevía ni a pensarlo. Esa memoria no paraba de repetirse, una y otra vez, como si no quisiera entender que era verdad.

No fue hasta que escuche el cristal de mi carro sonar, que me mirada cambió.

--Señorita, yo sé que es un momento difícil para usted, pero necesitamos que pase con nosotros un momento.— me dijo el oficial vestido en su típico uniforme aburrido. Su cara de mala paga y su voz indiferente, me dejaron parapléjica. En estos momentos… un poco de consideración. Pareció haberme leído la mente. –Sé que no está de humor, pero nece—

Le interrumpí de manera brusca, sorprendida por mi tono. -¿Qué más usted desea de mí? Ya vi la escena, fui donde ella, indenti—

Mis palabras se cortaron, por un sollozo.

--Lo sé, señorita. Discúlpeme. Yo hablo con el oficial y si requerimos algo más de usted, la llamaré personalmente. No era mi intención molestarla más.— Con eso se metió en un carro con envoltura policiaca y prendiendo unas luces que me cegaron, se retiró así del estacionamiento, dejándome ahí, soltar un poco de lo que tenía adentro.

No podía evitar recordar, lo cual me ocasionaba más angustia.

Había dejado de respirar otra vez, pero interrumpida por gritos propios que no podía controlar.

Eran cascadas, ahora, expresando la escena que acontecí al bajarme del tren. Antes de las trece llamadas perdidas, había cinco adicionales. Mi madre nunca me llamaba tanto. Le devolví la llamada según podía, y fue ahí cuando la escuché con un taco en su garganta. --¿Mi amor?—trató de esconderlo, pero yo la conocía demasiado y alarmadamente le preguntaba que pasaba, que me dijera de inmediato.

Corrí lo más rápido que pude, se me cayeron las gafas, el abrigo, la botella de agua y no me importó. Llegué a la estación del Deportivo y de ahí corrí. No aguantaba las ganas de llegar hasta la última estación e ir en carro. Nunca pensé haberlo vivir algo así.

Había cintas amarillas alrededor de la escena, la muchedumbre en asombro y cinco policías cubriendo lo que estaba pasando. Dos pedían desesperadamente a los familiares de las victimas alejarse, uno dirigía el tránsito, uno andaba en el teléfono y el otro incrustado en su libreta de a peso. Paralizada entre el medio de todo, escuché mi nombre. Era la madre de él, tirada en el suelo. Ignoré una segunda llamada y como poseída, mis pies se adelantaron antes que mi mente pudiese cuestionarse el que estaba haciendo.

--Señorita, por favor… ¿Es familiar?-- ¿Familiar? Lo empujé del camino, con una paliza. No me importó el reclamo de su compañero y mucho menos el dolor que me dejó en los nudillos. El oficial me pedía que me mantuviera alejada en lo que llegaban los paramédicos.

Dejé de respirar.

La piel se me convirtió en hielo, mis labios se secaron y mi caminar se detuvo.

Ahí estaba.

Su cuerpecito angelical, y sus rizos dorados, teñidos de rojo. El suelo la sostenía. Sus ojitos color verde habían quedado abiertos en asombro. Solo podía imaginar que fue lo último que vio. 

Mis gritos se escucharon por todo Bayamón, de eso estoy segura. Nadie me podía contener cuando la ambulancia tuvo que retirarla del pavimento. Ni me había percatado que, a solo pasos, el cuerpo de su padre se encontraba incrustado entre los cristales.

A los minutos llegó mi madre, que fue la única que pudo hacer que bajara la intensidad de mi desespero antes que me fuese a dar algo a mí. Solo me abrazaba y me besaba el cabello, mientras yo me derretía entre sus brazos, escuchando a lo lejos la causa.

Estaban de regreso a su casa. El semáforo de la intersección, aun intermitente por negligencias del gobierno, y sin tomar la debida precaución, un camión se llevó enredado su Corolla azul y junto a ello, mi vida entera.

Una catorceava llamada de mi madre interrumpió la escena en mi mente. Sin pensarlo presioné el botón verde de mi guie. — ¿Mamita? Te estoy esperando en casa pa’ que te tomes un café. Ven, mi amor. Por favor.

Su última palabra se quedó retumbando en mi oído, como si ella estuviese a mi lado.

Por favor.

La lluvia desvaneció, las grúas se fueron y las cuatro paredes de mi habitación me protegían de probablemente lo peor que pude haber soñado en mi vida. Inmediatamente marqué el teléfono, mis manos temblorosas aun, sin caer en tiempo, ni en mi realidad inmediata.

--¿Qué es?— su voz molesta, como siempre, contestó al otro lado. Lo detestaba tanto, por su arrogancia e ignorancia…, pero no para verlo como lo vi en mi mente.

--¿Qué harás hoy?— le pregunté, a lo cual me respondió que para que yo quería saber. –Solo no salgas, hoy, por favor.—le dije.

—¿Por?

—A pesar de todo, no quisiera que te pasara algo malo.— Con eso di por terminada la llamada. Un movimiento brusco surgió a mi lado y con un giro, su piecito helado terminó en mi cara, otra vez. Agradecida con la vida, maldije mi inconsciente, porque si ella me llegase a faltar antes de yo irme, me moría con ella.