Con la demencia del corazón ciego se
puede amar hasta en el masoquismo. Son pobres los versos que permiten saber
hasta cuanto llega una visión absoluta, medida de promesas que ilusionan porque
no se ha dejado de querer. Pero si el amor, que es tan completo e inocente, mas
la necesidad de obtenerlo me indican que el corazón es el que manda. Y
entonces, ¿quién manda al corazón? ¿La razón, la consciencia, el pensamiento o
el alma? ¿De dónde proviene mi opción a escoger?
Luego de
una gran parte de una vida huyéndole a la vida misma, a través de palabras
bonitas, de roces que prometen, de besos que inundan la respiración, la
oscuridad se desliza por las paredes que incitan a mentiras, a engaños, entre
otras cosas que perjudican el desarrollo de la felicidad pura. Mientras se
piensa, los ojos vigilan el ropero preguntando que me harán verme mejor en el
día de hoy, no por mí, sino por el que me quiera regalar una sonrisa
comprometida. Sin embargo, aquellas caricias que no se dejan en el cofre de los
recuerdos y mucho menos detrás de la tinta de un bolígrafo para ser expuestos
en papel, se mantienen en el corazón. Se mantienen dentro del dueño de las
acciones y los pensamientos.
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