Cuando me toca
por primera vez es helada. Rápido recorre mi piel hasta alcanzar mi nariz y es
justo ahí cuando tengo que girar mi mirada hacia arriba mientras decido cuánto
me queda para respirar.
¿Me sumerjo entre
la oscuridad indefinida? Siento que quiero. Siento que puedo. A veces siento
que el agua sube hasta el techo, y baja constantemente.
A veces siento
que el hoyo me ha halado por completo y dejo de existir. Mis manos temblorosas,
mi pecho comienza a moverse involuntariamente, la lengua se traba, lágrimas
caen y no puedo pensar.
Nada me hace
sentido y una necesidad de buscar aire se apodera. No lo consigo. No localizo
el ritmo de mis latidos. Quiero que se detenga. La única forma que lo había podido
hacer antes era deslizando el filo contra mi decadencia.
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