Inicialmente, te percatas del mundo
a tu alrededor. Te percatas de quien eres como ser humano y lo diminuto que se
vuelve tu vida…
Puedo observar más allá de mi visión
periférica y sin embargo, en cuestión de segundos, el universo se vuelve tan
pequeño... Larga vida que llevo, insignificante. Las paredes (esas cuatro
paredes) se vuelven más cuadradas, más rectas, más estables y firmes. Las paredes
se elevan, creando un escape imposible y la poca luz que existe, desvanece como
eclipse solar. Puedo sentir mis glándulas salivares fallecer, mi garganta
secarse y mi pecho apretarse. El aire no fluye, respiro el aire ajeno, aire que
ahora comparto y que no llega en su plenitud a mi sistema.
La luz desvanece completamente; quedo
atrapada en una manta de carbón donde no es reconocido mi esfuerzo por salir.
Me consume dentro del vacío y la densidad me absorbe como tierra movediza. La
oscuridad y yo nos convertimos en uno. No logro salir y no porque no quisiese, sino
porque no sé como hacerlo.
No puedo evitar el llorar; por pena
a mí mismo, por ser un simple mortal y poseer una imperfección de la cual se me
culpa, que pesa más que mi voluntad, que me bloquea sobre cualquier cosa. No le
deseo a nadie esta angustia injustificable y este deseo reprimido de estar en
paz con mi alma. Os prometo que no lo puedo controlar. Tengo deseos de
restrellar contra las paredes y correr hasta que mis piernas no puedan con mi
peso, de buscar ese tan ausente aire en
el lugar más natural que pueda encontrar.