Era el velo de la
incertidumbre; destello de anteayer y memoria insensata que no me hacía percibir
lo que estaba justamente en frente de mí. Me convertí en mero indicio de mi
auto destrucción, ocupando nuevas memorias sobre manzanas con sabor a veneno,
porque no sabía discernir entre el pasado y mi realidad inmediata. El tiempo me
había entumecido y sin importar el mínimo esfuerzo, nada me podía hacer ver el
otro lado de la moneda. Rechacé toda oportunidad dirigida al placer porque entendía
que estaba todo predestinado. La mala suerte era mi mejor compañía ya que no
sabia como vivir sin ella, y él no tenia la culpa, pero de igual forma recibió su
parte. Yo no sabía amar. Lo que me fue enseñado y mis ganas de dar de mi alma,
piel, espacio y efectivamente tiempo, fueron lanzados como flecha entre arco hacía
el espiral infinito de la angustia e inseguridad. Puesto que no encontraba
sentido a exponer mis pensamientos y a sacar mi corazón a flote entre un mar de
dudas. No era justo exponerme nuevamente a dar todo por quizás unos meses, días,
horas o minutos. Y sin embargo quería, con todas mis fuerzas no cohibirme de estrujar
mis mejillas de tanta irremediable felicidad. Yo quería rendirme entre sus
brazos y vivir miles de experiencias a su lado, se diese la oportunidad porque
él no sabía que mis deseos de impertinencia se habían agotado, y yo solo quería
amor del bueno; del indescriptible e indiferente, del más inocente y puro que
cualquier maestro de la Literatura pudiese expresar entre labios o un simple
papel.
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