Despertar.
Era todo lo que tenía que hacer para entrar en el mismo intento de alegría. En
la misma idea que me imponen los que creen que saldrán de esta rutina
incomprensible.
—¡Mariana!—gritó lo que parecía ser la voz de
mi madre. No pensé en lo mucho que me molestaba su actitud frente a la escasez,
como reaparecían exigencias dentro de mis silencios, más bien dirigidos en que
cocinaría en el día de hoy con los escasos recursos que poseíamos.
Solamente en eso dedicaría toda mi mañana—en caminar
ciertos kilómetros o millas al pie desnudo en busca de la comida del día. A
penas vivíamos en un espacio, rodeados de un cubo de cemento de los pocos que
quedaban en la ciudad. Me parecía motivo de agradecimiento, porque teníamos más
que muchos. Solamente en dos ocasiones, en donde por falta de alimento en
lugares cercanos, había logrado alcanzar las costas, pero para que no me pasara
nuevamente, creé un plan. Realicé una lista en donde normalmente se encuentra
una que otra cosa ya sean animales, o plantas con frutos. Nunca era seguro el
hecho de que ahí hubiese algo, pero eso sólo era el primer paso.
La lista consistió entre los lugares más cercanos
hasta los lugares más lejanos. La búsqueda, como dije, duraría toda la mañana,
pero también puede que dure más. El caminar hacia allá solamente me tomaría
tres horas enteras. Al menos eso estimaba.
Recuerdo la última vez que mis ojos contemplaron las
hermosas telas pintadas de azul, rozando contra la arena, como si me exigieran
en susurros que las acompañara. Paseaban sus curvas en movimientos unidos pero
descontrolados. ¿Cómo era eso posible? Solo sé que era lo único que me decía
que el viaje largo valía la pena.
Mi madre, anterior a todo, solía llevarnos a menudo.
Preparaba bultos de cosas que no necesitaba, con tal de que no le hiciera falta
nada. Suspiraba ante la ironía. Eran días largos bajo el sol, creando manchas
que nos adornarían hasta el alma. Ahora solo eran días largos bajo el sol, en
búsqueda de no una mejor vida, sino de acoplarnos a ella.
Mis ojos se fueron abriendo sin deseo y con máximo
esfuerzo, me levanté de lo que pudimos convertir en nuestra cama. Luego de
haber perdido las esperanzas frente al cambio repentino de tenerlo todo a nada,
mi madre se ingenió un cartón, rodeado de bolsas y ropa vieja que habíamos
encontrado en el camino. De esto básicamente se componían nuestras paredes: de
inventos y obsequios que nos ofrecía la suerte. Por supuesto, siempre y cuando
no nos encontrásemos a alguien en el camino que lo quisiera adquirir primero.
Sin pensarlo, fijé mi mirada al cielo y le agradecí a
quien quisiera escuchar. Era muy difícil saber a quién creerle en este mundo.
Solo pedí, que, si hubiese algo allá arriba, que escuchara mis plegarias.
El agradecimiento duró más de lo necesario; desde el
rabo del ojo pude ver a mi madre entrar apresuradamente, vestida de ropas
grandes que indicaban que andaba con el grupo que intentaba reestablecer las
tierras.
Vi cómo se detuvo un instante como si estuviera
pensando que hacer. Luego de unos segundos, se retiró, probablemente
contemplando mi acción sencilla.
Mi fe y deseo de estar en harmonía con el mundo era lo
único que me permitía un poco de paciencia, tanto para mí, como para los que me
rodeaban. Era donde único se me permitía un tiempo sin molestias, ni reclamos,
ni exigencias.
Al terminar mis agradecimientos, me levanté del suelo
y doblé el viejo y desgarrado pedazo de cartón, acomodándolo en una esquina,
para crear más espacio para nosotros.
—¿Vas a salir hoy?
Me volteé al encontrar unas sombras. En mi trance de
readquirir valentía, ni me había percatado que mis tres hermanos se habían
despertado. Pues, con el grito de mi madre, ¿Quién no lo
habría hecho? Con un beso en cada una de sus cabecillas, les rogué que contuvieran
la paciencia y esperanza necesaria. Sería entonces esto mi motivación inicial y
como mi amuleto de buena suerte para encaminarme a mis diligencias.
Caminé por el ardiente
campo, mendigando entre las pocas brisas que se avecinaban y gotas de cortesía
que se deslizaban por mi yugular. De un tiempo para acá, ya no era mucho lo que
quedaba. Había sido un golpe de brisa precisamente lo que nos había arrancado
los lujos, las necesidades y para algunos la vida. En menos de siete meses,
según marcábamos en la pared, nuestra isla se había convertido en tierra de
nadie y tan drástico cambio, provocaba lágrimas que solo quedarían estancadas
entre los comienzos de mis ojos. Jamás las permitiría salir.
Después de un tiempo,
arrastrando mis piernas, a lo lejos avisté una planta en crecimiento y con
mucha calma, me recosté de mis rodillas y me incliné hacia ella. Justo cuando
mi mano se extendió, abrazando su verdura, entrelazándola en mis dedos para ser
extraída, sentí un azote entre mi rostro que me llevó al suelo. Sorprendida
ante al ataque, rebusqué con la vista la razón de mi desorientación, hasta que
encontré, no muy lejos, un papel periódico, arrugando y con la tinta casi en
vela.
Hacía tiempo no veía uno
de esos…
Desesperadamente, me
dirigí hacia él, raspando la tierra en un intento de cogerlo. Vi sobre una
esquina un titular nauseante:
Septiembre 15 de 2058:
El día del fin, masivo fenómeno que podría destruir
Es que ni yo misma me
quería acordar de ese día. Gritos, sollozos, gente corriendo y gente
perdiéndose entre sus propias masas. Nosotros éramos de los pocos que
quedábamos porque decidimos quedarnos ese día. Mi hermanita menor cumplía y su
deseo mayor era pasarlo en familia. Por supuesto Papá nunca estaría, ya que
siempre se encontraba trabajando. Nunca supimos que pasó con él. Aun mi madre
lo espera en la entra de nuestras paredes.
Decidí empujar esos
recuerdos fuera de mi memoria y con ellos el periódico, porque ya eso no pesaba
importancia. Al menos no en estos momentos donde mi enfoque era mayor.
Estiré mi brazo,
alcanzando lentamente el alimento mientras recorrían por mi mente imágenes de
sonrisas tibias de mis hermanos. Estaba segura de que les iba a gustar esto que
les traía; sabía que estarían agradecidos de mi esfuerzo.
Y eso era todo lo que
quería…sus sonrisas.
Y era todo lo que
pedía…un cariño dentro de este abismo de sucesos y carencias, que se nos
deslizaban de las manos.
Y eso era todo lo que
deseaba…hacer el más mínimo cambio, mientras caminaba regreso a mis paredes, a
preparar algo que silenciara más allá que los dolores externos, el interno.
En eso consistían mis
días. En amar…en vivir, y en esperar por un cambio…que pudiera no haber llegado
nunca.