La
noche era partícipe de su encuentro. La luna nunca había estado tan perfecta, a
pesar de estar oculta entre la neblina.
Entre
las ventanas transparentes de un local de la ciudad, las lluvias primerizas que
prometían la bendición, caían, alejándolas de la cotidianidad que las sumergía
en el aburrimiento. Es por ello que las cinco serpientes se pusieron de acuerdo
para participar de sorbos de agua pesada y charlas entre lenguas, de esas que
erizan su piel, ya de por si escamosa.
Era
necesario endurecer su exterior, para minimizar la molestia de los acuchillados
que se daban entre espalda por su simple hipocresía. Sus cabellos con tonos
similares a los rayos del sol, pero con miradas más oscuras que el mismísimo
abismo.
Fueron
una a una, deslizándose entre las butacas, ya con copa en mano, brindando por
lo que las unía. Si es que algo podría unir a cinco seres tan independientes. Sus
sorbos entre sorbetos, para que no desvaneciera el color del labio (con cuidado
de no atorarse entre los colmillos delanteros). Entre rondas incontrolables, la
coherencia y la adjudicada finura abandonarían la mesa, invitando la torpeza y
un reflejo de su verdadera identidad. Solo una de ellas, no tan arpía, de vez
en cuando vertía su mirada, presionando su boca, como queriendo controlar su
consciencia.
Como
era de costumbre, su falta de similitud, las llevaba a tornar sus
conversaciones. Sus temas de conversación de volvían monótonos e inservibles.
Entre
el: <<
¿Cómo estás? Bien, ¿y tú? Bien>>, las dejaba en un limbo auto
dominado por querer aparentar su fallida amistad.
No
compartían más allá de su rutina, y sin encontrar comodidad entre ella, siempre
pasaban a esparcir su veneno, rápido y pesado, sin temor a quien lo pudiese
capturar.
El
veneno, con figura deforme, balseaba entre ellas, con movimientos bruscos y
cortos. Al ritmo de sus palabras, danzaba, jugaba, se elevaba entre las cinco
lenguas largas y filosas. Terminaba en su mismo fin, luego de ser jamaqueado
entre su espacio, el veneno queda plasmado sin movilidad absoluta.
Las cinco
serpientes se miraban entre sí. Entre ellas la duda pertinente de quien era la
que llevaba el resto. Competían entre escotes y perfumes para ver quien dirigía
las reuniones subsiguientes. En dónde no tenían temas verdaderos, ni atributos
interesantes. Solo eran cinco pendejas que no tenían nada en común, sino un chisme
poco alarmante. A quienes te besarían la mejilla, para que pronto fueras la
victima de su próxima reunión bajo los efectos de un trago barato.
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